Chía, 30 de Mayo de 2021
Saludo y bendición, queridos discípulos-misioneros de esta comunidad de Santa Ana. “¡Santísima Trinidad, acompáñanos en los viajes de esta vida y en el viaje a la eternidad!”
Celebramos la
solemnidad de la Santísima Trinidad, y es en el nombre del Padre (Creador), del
Hijo (Redentor), y del Espíritu Santo (Santificador), que comenzamos la eucaristía,
los sacramentos, las oraciones y actos de la Iglesia. Celebrar la Santísima Trinidad es celebrar la fiesta del “amor de
Dios”. De Dios que celebra su amor y nosotros somos los que celebramos la
fiesta de ser amados. No es una fiesta cualquiera. Es la fiesta del amor de la
Santísima Trinidad por nosotros.
Al persignarnos hacemos una señal de la cruz en la frente, refiriéndose al Padre que está en todo; en la boca, indicando al Hijo, Palabra eterna del Padre, y en el pecho sobre el corazón, que simboliza al Espíritu Santo, amor del Padre y el Hijo. Cada vez que nos persignamos, reconocemos y confesamos la sublimidad del misterio del Dios amor y del hombre que es amado y que extiende su amor.
Y este soberano misterio, exige de nosotros, una disposición de fe humilde y profunda adoración, que nos permite descubrir que Dios no vive solo porque él no es soledad. Él es familia y comunidad de amor, puesto que lleva en sí mismo paternidad, filiación y la esencia de ellas, que es el amor. Es tal el amor y la unidad en las tres personas divinas que por ello hablamos de “Tres personas distintas y un sólo Dios verdadero”. En la familia humana pasa algo similar: el padre, antes de afirmar su autoridad, afirma la de la madre; la madre, antes de enseñar al niño a decir «mamá» le enseña a decir «papá». Si Dios es familia, las familias, - como imagen de la Trinidad, - han de ser su reflejo. Tanto en la Trinidad como en la familia, el amor lo dirige todo. ¿No es este misterio precioso lo primero que nos han enseñado de niños? Desde el bautismo fuimos signados en nombre de la Santa Trinidad. Luego nos enseñaron a llamar a Dios “Padre nuestro”, y cuando nos santiguamos decimos: “En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Salimos de casa y nos santiguamos en el nombre del “Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Entramos a la Iglesia y lo primero que hacemos es arrodillamos y nos santiguamos en el nombre del “Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y a todos nos gustan las bendiciones: Yo te bendigo “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y cuando te bendicen el agua que llevas a tu casa, el sacerdote dice: “Bendice, Señor, esta agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Hasta los futbolistas se santiguan para meter goles. Fijémonos que, sin darnos cuenta, todo lo comenzamos en el “nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y cuando salimos o terminamos algo, volvemos a santiguarnos.La Santísima Trinidad nos acompaña en cada paso y en cada viaje en esta vida y en el viaje a la eternidad. Desde que nos levantamos, nos santiguamos, nos bendecimos, nos arrodillamos y nos perdonados “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Tenemos la certeza que la santísima Trinidad nos está signando desde que salimos de casa, cuando pasamos frente a una iglesia, o cuando regresamos a casa, y hasta cuando nos vamos a dormir. Toda nuestra vida está marcada y sellada “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y mientras lo decimos, hacemos una cruz porque la cruz es la mejor señal del amor con que Dios nos ha amado. Es el lugar donde el Hijo dio su vida por amor y donde el Espíritu Santo reveló el amor del Padre. Solo como analogía, y para mejor entender el misterio de la Santísima Trinidad, lo podemos comparar con una obra musical, de cuya partitura universal el Padre es el creador; el Hijo es el intérprete perfecto de la obra del Padre, y el Espíritu Santo es quien conduce, como director, la obra. Para ser reflejo de la Santísima Trinidad, habrá que dejarnos conducir por el Espíritu Santo que nos lleva a la plena comunión con Dios. Solo en la docilidad al Espíritu, él nos irá acomodando en las entrañas del Padre y del Hijo.El Dios de nuestra fe, el Dios en quien creemos y a quien celebramos hoy: Tiene sabor a familia, a hogar, a casa. Tiene sabor a “Padre”. Tiene sabor a “Hijo”, por tanto, a “hermanos”. Tiene sabor a “amor”, a bendición. Tiene sabor a “vida”. Es un Dios “tan enamorado de nosotros”, que es capaz de dar la vida por nosotros. Por eso le recordamos “santiguándonos con una cruz”, porque es en la Cruz donde dio su vida por nosotros. ¿Queremos sentirlo y celebrarlo hoy en nuestras vidas? Santigüémonos todos diciendo: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. AménA quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org o a través del Facebook de la Capilla Santa Ana, les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. ¡Santísima Trinidad, acompáñanos en los viajes de esta vida y en el viaje a la eternidad! Que Dios, uno y trino los acompañe siempre, y la Virgen María los cubra con su manto. Feliz semana para todos. |