Saludo Solemnidad de Corpus Christi, 14 Junio de 2020, Ciclo A

publicado a la‎(s)‎ 11 jun 2020, 16:17 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 15 jun 2020, 5:57 ]
Chía, 14 de Junio de 2020

  Saludo y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana.
 Lecturas de la Celebración

Eucaristía…Presencia Real del Señor
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Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
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Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

   Hoy celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor, el Corpus Christi. El sacramento por excelencia, presencia real del Señor que se queda con nosotros cada día en la mesa del altar. Ya, desde niño, Jesús era como un panecito divino que se ofrecía como alimento. 

   El nació en Belén, que en Hebrero significa “casa del pan”. Dos días en el año acentúan el pleno resplandor de la Eucaristía: el Jueves Santo, en el que se conmemora su institución, y la fiesta del Corpus Christi, centrada en el misterio de la presencia real del Señor en la Eucaristía. 

   Celebramos la vida de Dios en nosotros, y a Jesús que se hace pan de vida, que comparte su vida con nosotros, y en la Eucaristía nos da la vida eterna, nos da a Jesús que se hace pan cotidiano para alimentarnos, y que en la última cena nos dio el mandato de “hacer esto en memoria mía”. Por tanto, se recuerda el amor de Jesús que no solo se encarnó en la naturaleza humana, sino que se encarna en un pedazo de pan, y en un poco de vino para darnos la vida eterna.

   Como “el grano que no muere, queda infecundo, pero si muere da mucho fruto”, las vidas que no mueren renunciando a sí mismas, terminan muriendo en su infecundidad. Mientras que las vidas que mueren sacrificándose por los demás, son vidas que florecen en nuevas vidas. Lo que no se da, se muere. Lo que se da se hace vida, sigue estando fresco y se convierte en vida. Por esto, Jesús no encontró mejor expresión para sí mismo que el pan. En la última Cena quiso “dejarse a sí mismo” entre nosotros. Y nada mejor que hacerse pan. Jesús Eucaristía es “el pan rodeado de discípulos, el pan “que es entregado”, el pan “partido”, el “pan que se da y se entrega”, el “pan de vida”. “El que come de este pan vivirá para siempre”.

   Como en ningún banquete deben faltar el pan y el vino, Cristo quiso quedarse con nosotros bajo las especies de pan y vino para darnos a entender que, a través de ellos, él permanecerá para siempre como alimento de eternidad. Él está presente en el pan y el vino que el sacerdote, por medio de la consagración convierte en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

   “Así como el pan es uno, nosotros, aunque seamos muchos, somos un solo cuerpo, porque participamos del mismo pan”. Al comulgar nos convertirnos en “cristianos eucaristía” y Cristo nos asimila a Él; hace de nosotros, “nuevos Cristos” que se encarnan en un pedazo de pan, de ahí que el Corpus Christi, es, por lo tanto, el día de la caridad.

   No sólo alimenta nuestro cuerpo, sino también nos alimenta el alma con la eternidad. Cuando vamos en procesión con la Eucaristía por las calles, tendremos que preguntarnos si Jesús-Eucaristía, también pasa por nuestro corazón, si acogemos su palabra en nuestros corazones; si celebramos su presencia o, por el contrario, todo es ausencia. 

   Hoy, más que ir por las calles en procesión, tendremos que llevar solemnemente a Jesús-Eucaristía en nuestro corazón, para convertirnos en pan para los necesitados.  Cuando venimos a la Eucaristía con un corazón abierto para recibir al Señor, siempre podremos irnos con más de lo que trajimos y compartirlos con los demás, como se comparte el pan. 

   Aunque uno no se alimente bien, en lugar de ganar vida y salud, la va perdiendo. En nuestra vida cristiana pasa lo mismo: quien no la alimenta, la va perdiendo. Por eso Jesús se ha hecho para los suyos alimento de vida. Para eso, también, venimos a la Eucaristía: para alimentarnos del Pan de la Palabra de Dios y del Cuerpo y Sangre de Cristo. 

   El cristiano que abandona la Eucaristía, poco a poco se va debilitando y su vida cristiana va desapareciendo. Y es que el alimentarnos del Cuerpo de Cristo nos va transformando en él. Quien está bien alimentado de Cristo, irradia vida. El pan que se comparte, lleva a compartir el pan con el necesitado y la cercanía con el que está solo. 

   Jesús nos alimenta en el Altar con una doble Mesa, con dos platos fuertes: su Palabra, y el Sacramento de la Eucaristía. Con este alimento tenemos todo lo que nos hace falta. La Palabra que nos instruye, nos guía, nos corrige, nos consuela y nos orienta. Y la Eucaristía que nos nutre y nos hace participar en la Vida de Dios, y que reservamos en el Sagrario, no sólo para poder llevarla a los enfermos, sino también para que, puestos a sus pies en humilde adoración, podamos experimentar casi sensiblemente la presencia consoladora de Jesús, que nos acompaña en nuestro camino al Cielo. 

   Qué gran regalo: Cristo se hace presente, con su cuerpo y con su Sangre, con su Alma y su divinidad; y qué gran misterio, que la boca del pobre pecador, se pueda comer a su propio dueño! Es admirable que todo un Dios que se queda con nosotros de manera tan sencilla, en algo tan vulnerable como es el pan, tan al alcance de todos y tan cercano a todos, pero así es Dios. 

   Si pudiéramos tomar un pedacito de este pan divino! Es tan necesario que lleva toda la vida a nuestro lado, tan básico que no falta en la mesa de pobres y ricos, sencillos u orgullosos. Es el pan divino que se parte y reparte para alcanzar a todo el que lo desea; que se rompe y se desmigaja para curar todo lo que hay roto en nosotros. Es el pan divino, en el que encuentra sentido nuestro esfuerzo, la dedicación y la entrega de tantas manos anónimas. 

   Pan divino que huele a semilla germinada por rayos de sol, lluvia y viento, y por el incansable trabajo de los labradores que confían en Dios. Mientras ansiosos esperamos que se reabran los templos para alimentarnos de este divino manjar recibámoslo en comunión espiritual. El Señor sabe que lo necesitamos. Tengamos paciencia que cuando nos reencontremos en el altar, la hostia bendita nos sabrá a divino manjar celestial.

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.

Padre Luis Guillermo Robayo M. 
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía