Saludo Solemnidad de Pentecostés, 31 Mayo de 2020, Ciclo A

publicado a la‎(s)‎ 29 may 2020, 17:31 por Diseño Web Santa Ana Centro Chía   [ actualizado el 31 may 2020, 9:22 ]
Chía, 31 de Mayo de 2020

   Saludo y bendición a todos ustedes, discípulos misioneros de esta comunidad de Santa Ana.
 Lecturas de la Celebración

Ven, Dulce Huésped del Alma
    El gadget que has añadido no es válido.
Saludo Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.
    El gadget que has añadido no es válido.
Homilía Padre Rector Luis Guillermo Robayo M.

   Hoy, cincuenta días después de la pascua, celebramos la solemnidad de Pentecostés, día en que Jesús envió el Espíritu Santo sobre los discípulos. Día en que el Espíritu Santo, como arquitecto del Padre, coloca la primera piedra de la iglesia; extiende su fuego sobre los apóstoles para que actúen y salgan de su encierro, revistiéndolos de su color rojo, símbolo de la pasión por el Reino de Dios y colocando en las almas un lenguaje común: el lenguaje del amor. 

GIFS: 40 Imágenes Animadas de Jesús - 1000 Gifs   En Pentecostés, el Espíritu Santo, - como arquitecto del Padre-, edifica no una torre de Babel de orgullo, egoísmo, ambición y confusión, sino una Iglesia, comunidad en la que todos tienen el mismo fuego del Espíritu, unidos en la fe y la caridad.

   El Espíritu Santo ha estado siempre en la obra del Señor. Cuando Jesús nace en Belén es por obra del Espíritu, y cuando la Iglesia nace en Jerusalén es por obra del Espíritu. Cuando Jesús inicia su ministerio, lo hace bajo el poder del Espíritu en su bautismo. Cuando Jesús anuncia el Reino de Dios, es guiado por el Espíritu. Cuando los apóstoles se abren a los gentiles, son guiados por el poder de su Espíritu. Bajo esta mirada cabe también la historia de la Iglesia, que desde hace más de dos mil años, ha sido la historia que el Espíritu Santo ha escrito a través de unos hombres de fe que se dejaron guiar por el Espíritu. Esta Iglesia del Señor Jesús, la iglesia católica, fue, es y será edificada por el mejor arquitecto, el Espíritu Santo, quien nos garantiza, en sus siete dones, los planos seguros y la guía inequívoca. 

   El mismo Espíritu que crea la unidad, crea la diversidad; crea la comunión y a la vez las diferencias. Es el mismo que crea una misma Iglesia y la pone en camino, regalándole en Pentecostés una nueva alma y un nuevo dinamismo; la guía a la plenitud de la verdad, la instruye y la dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos. La embellece con abundantes frutos, la rejuvenece, la renueva constantemente y la conduce a la unión consumada con su esposo  y cabeza. 

   San Hipólito afirmaba: "Cuando se rompe un frasco de perfume, su fragancia se difunde por todas partes. Al romperse el cuerpo de Cristo en la cruz, su divino Espíritu se derramó en los corazones de todos". Sin la presencia del Espíritu que entra en la habitación de nuestro corazón seguiremos dormidos, y la iglesia quizá encerrada. Sólo la presencia y poder del Espíritu Santo puede vivificar, dinamizar, liberar y divinizar nuestra vida, si somos dóciles a él. 

   Del Espíritu Santo proceden todos los bienes materiales y espirituales que recibimos. San Cirilo de Jerusalén hace una hermosa comparación con el agua. El agua es condición necesaria para que haya vida. La lluvia siendo siempre la misma, produce efectos muy diferentes dependiendo de quién la recibe. En una vid se convierte en uva y luego en vino; en un árbol frutal se convertirá en naranjo, en limón, en lima y dará un fruto exquisito. 

   El agua siendo la misma produce diversidad de frutos. Así es Dios, siendo el mismo produce diversos frutos según la persona que lo recibe, pero siempre es Dios la fuente de donde nace todo bien. Como el agua hace germinar al árbol seco, así también el Espíritu Santo devuelve la vida de gracia a través del perdón de los pecados. Como el agua nutre al árbol sano para que a su tiempo produzca la cosecha, así el Espíritu Santo alimenta con la Eucaristía para ayudarnos a perseverar en la confianza, en el bien y en la fe. 

   El fruto por excelencia del Espíritu Santo, es el Amor divino que llena de dicha interior y de consuelo, al mismo tiempo que llena el corazón de una paz y dulzura que perduran aun en medio de la adversidad. Por eso lo invocamos como el “dulce huésped del alma”. Dado que somos creaturas limitadas y pecadoras, necesitamos la fuerza de sus siete dones para tener una relación con Dios, para recibir su amor y extenderlo.

    “El Don de los dones espléndido” se traduce en el amor sagrado que nos hace amables y gentiles, y a la hora de ayudar a los demás lo haremos con bondad sincera. Se traduce en esa bondad que proviene del Espíritu Santo, constante y perseverante que nos provee de un coraje duradero, haciéndonos afables, agradables y atentos a los demás. Es la “fuente del mayor consuelo” que habita en nosotros y hay que cultivarlo para que el amor de Dios pueda reinar y dar fruto en nosotros. 

   Si queremos sentir la presencia del Espíritu Santo, habrá que deshacernos de nuestros caprichos y acomodarnos a la voluntad de Dios. Ser como la arcilla en manos del alfarero, para que Dios pueda moldearnos y llevarnos por el sendero de su Espíritu. Él obrará en nosotros, solo con nuestro consentimiento. Si llegamos a consentir aunque sea mínimamente a las inspiraciones de Dios, quedaremos bajo su poder, su guía y su luz. 

   Dejemos que el fuego de Pentecostés queme los individualismos, los miedos y los temores que nos acosan. Que ensanche nuestros corazones para acoger a los demás y no encerrarnos en nuestras fronteras. Que el fuego del amor divino encienda en nuestros corazones su divino amor, para sentirnos hoguera de una misma luz, miembros de una misma comunidad y protagonistas del único proyecto eterno de Dios, porque pentecostés es el fruto eterno e incontenible de la Pascua. 

   A quienes nos siguen a través de internet, en la página: www.santaanacentrochia.org les envío mi bendición, y los invito a seguir extendiendo, como discípulos-misioneros, la Buena Nueva del Señor, donde quiera que se encuentren. 

Feliz semana para todos. Que Dios los bendiga y la Santísima Virgen los proteja.

Padre Luis Guillermo Robayo M. 
Rector Capilla Santa Ana de Centro Chía