Esos dones, ciertamente, no responden a necesidades primarias o cotidianas. En ese momento la Sagrada Familia habría tenido mucha más necesidad de algo distinto del incienso /y la mirra, y tampoco el oro podía serle inmediatamente útil. Pero estos dones tienen un significado profundo: son un acto de justicia. De hecho, según la mentalidad vigente en aquel tiempo en Oriente, representan el reconocimiento de una persona como Dios y Rey: es decir, son un acto de sumisión. Quieren decir que desde aquel momento los donadores pertenecen al soberano y reconocen su autoridad. La consecuencia que deriva de ello es inmediata. REFLEXIÓN
Ahora ha sido revelado que también los gentiles son coherederos,
miembros del mismo cuerpo y partícipes de la Promesa en Jesucristo, por el
Evangelio. La liturgia de este Domingo celebra la manifestación de Jesús a
todos los hombres. Es una “luz”, que se enciende en la noche del mundo y atrae
hacia sí a todos los pueblos de la tierra. Cumpliendo el proyecto liberador que
el Padre nos quería ofrecer, esa “luz” se encarnó en nuestra historia, iluminó
los caminos de los hombres, los condujo al encuentro de la salvación, de la
vida definitiva.
La primera lectura anuncia la llegada de la luz salvadora de Yahvé,
que transfigurará Jerusalén y que atraerá a la ciudad de Dios a pueblos de todo
el mundo.
La segunda lectura presenta el proyecto salvador de Dios como una
realidad que va a afectar a toda la humanidad, uniendo a judíos y a paganos en
una misma comunidad de hermanos, la comunidad de Jesús.
En el Evangelio, vemos la concretización de esa promesa: al
encuentro de Jesús vienen los “magos” de oriente, representantes de todos los
pueblos de la tierra. Atentos a los signos de la llegada del Mesías, lo
buscaron con esperanza hasta encontrarlo, reconocieron en él al “salvador de
Dios” y lo aceptaron como “el Señor”. La salvación desechada por los habitantes
de Jerusalén, se vuelve ahora un don que Dios ofrece a todos los hombres, sin
excepción.
Cada domingo
tenemos una cita con el amor. Un cortísimo viaje nos separa de la casa donde
nace el amor. ¿Dónde encajamos nosotros en esta fiesta de la Epifanía? Aquí
venimos a tener una visión nueva, una epifanía. Nuestra fe no es una propiedad
privada y vallada. Somos parte de una comunidad, la iglesia y viajamos en
caravana. Nadie viaja solo. Nadie se salva solo. Todos necesitamos una estrella
que nos guíe: un consejo, una palabra de ánimo de los hermanos, escrutar las
escrituras, preguntar. Todos estamos en diferentes etapas del viaje: los viejos
buscadores y los novatos, los que dudan, los que pecan, los que tienen un
problema como Herodes, los que saben todo como los escribas, los que caminan
rápido y los que caminan lentamente. Lo importante es alcanzar la meta y
contemplar el rostro del Mesías. Epifanía, fiesta de la esperanza, fiesta de la
luz para todos.
PARA LA VIDA
Una historia de Etiopía nos presenta a un anciano que, en su lecho de
muerte, llamó a sus tres hijos y les dijo: No puedo dividir en tres partes lo
que poseo. Os tocaría muy poco. He decidido dar todo lo que tengo, como
herencia, al que se muestre más astuto y sagaz. Dicho de otra forma, a mi
mejor hijo. Encima de la mesa hay una moneda para cada uno. Tomadla. El que
compre con esa moneda algo que pueda llenar toda la casa se quedará con todo.
Se fueron.
El primer hijo compró paja, pero sólo consiguió llenar la casa hasta
la mitad. El segundo compró sacos de plumas y tampoco la llenó. El tercero -que
consiguió la herencia- sólo compró un pequeño objeto. Una vela. Éste esperó
hasta la noche, encendió la vela y llenó la casa de luz. La Navidad es la
historia de un viaje de ida y vuelta. Dios vino en pobreza y en debilidad y los
suyos no lo reconocieron ni lo recibieron. Este viaje es una epifanía, una
manifestación de Dios.
La vida del creyente es también la historia de un viaje, un viaje
al encuentro con Dios. Si Dios viene a mi encuentro, yo también tengo que
salir a su encuentro. Navidad es la cita del amor. En el amor verdadero siempre
hay dos corazones latiendo al mismo ritmo. Navidad es la cita del amor de Dios
con cada uno de sus hijos. Navidad es el viaje de Dios que sale a nuestro
encuentro. De pequeños todos hemos jugado a lanzar piedras en algún río,
estanque. ¿Quién lanzaba la piedra más lejos? ¿Quién hacía más ondas? Jesús
fue, por así decir, como una piedra lanzada en Oriente. La primera onda alcanzó
a los judíos.
La segunda onda alcanzó a los gentiles. La tercera, la cuarta….
Hasta llegar a nosotros. Ondas de amor y de luz emanan de la piedra que es
Cristo y llegan hasta nuestra orilla. El evangelio que hemos proclamado hoy,
debería ser nuestra historia personal. No basta que digas qué suerte tuvieron
los tres Magos de Oriente. No, tienes que dejarte tocar por el evangelio. Mi
vida es una pregunta: ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido para ir a
adorarlo? Mi vida es esta búsqueda y este viaje hacia Dios.